domingo, 9 de octubre de 2011

Cristian, el Dinosaurio


Esa mañana Cristian se levantó como todos los días, sin ánimos de ir al colegio. Últimamente la idea de tener que ir a clases para aprender y compartir con otros niños lo ponía un poco triste. Y es que, en los últimos días, casi todos los niños habían tomado la costumbre de burlarse de Cristian. Y a él le desagradaban las burlas. Ya que Cristian era prácticamente el único niño que pasaba el recreo solo, siempre habían pensado que era un chico diferente. Pero en uno de esos recreos, dos semanas atrás, Cristian leía en soledad una revista de dinosaurios que le había regalado su papá, cuando una chica muy linda, Ana Karina, se le acerca y comienza a hablarle de mil cosas y muy rápido; tan rápido que Cristian no entendía ni una sola palabra. Tampoco entendía por qué Ana Karina se sonreía de esa forma, pues él por el contrario, se sentía muy aburrido, porque le habían interrumpido su lectura favorita. En un momento, Cristian ve con mucho miedo cómo Ana Karina deja de hablar para acercarse, poco a poco, a darle un beso en el cachete. A Cristian no le gustaban ni los besos ni los abrazos. Así que antes de que la chica pusiera sus labios sobre sus mejillas, Cristian logró poner como escudo la revista, y Ana Karina terminó dándole su beso a la foto de un Tiranosaurio Rex. Todos los demás chicos del colegio, que se hubieran muerto por un beso de Ana Karina, vieron la extraña actitud de Cristian y empezaron a burlarse. Desde entonces le decían el dinosaurio. A cada momento se burlaban y le decían “Oye Cristian, ¿quieres un abrazo? Ah, no. Verdad que tus brazos de tiranosaurio son muy cortos como para abrazar a nadie”, o le decían también “Oye Cristian, ¿me das un beso? No, mejor no. Olvidaba que eras un tiranosaurio y podrías terminar comiéndome. Con razón te la pasas solo”. Y así pasaron los días, hasta que llegó la mañana de hoy, en la que Cristian no quería ir al colegio, pero como no se le ocurrió ninguna excusa para no ir, tuvo que hacerlo.

Al llegar el recreo, todos los niños, como siempre, se burlaban de él, y ya Cristian no sabía qué hacer. Quería irse de allí. Estaba muy bravo y muy triste para seguir en ese colegio. Así que planeó escaparse al final del recreo. Cuando sonó el timbre, se escondió en la casita del parque, y cuando ya todos se habían ido se metió en la caja de arena del parque, dispuesto a excavar un túnel subterráneo que le permitiera llegar hasta la calle y escapar para siempre de allí. Tomó las palas de la caja de arena, y comenzó a excavar muy rápido y sin descanso. A los 15 minutos ya había quitado tanta tierra que podía meter sus piernas en el hueco y le tapaba hasta las rodillas. Pero todavía faltaba mucho para poder escapar, así que siguió cavando. Su sorpresa llegó cuando ya había excavado media hora. Su pala se atascó en la tierra, como si hubiera tocado algo muy duro. Así que Cristian comenzó a quitar la tierra con mucho cuidado con las manos, y se llevó un susto gigantesco cuando descubrió que, aquella cosa dura con la que se había tropezado era el cráneo de un dinosaurio. Cristian simplemente no se lo podía creer. Él nunca habría pensado que cavando bajo la piscina de arena de su propio colegio iba a encontrar los huesos de un dinosaurio, y por ello se sorprendió de esa manera al encontrarlos. Después de que pasó su miedo siguió cavando y encontró otros dos huesos largos, que debían de pertenecer al cuello de su dinosaurio. Buscó rápidamente en la revista que le había regalado su papá y notó que se trataba de un tiranosaurio rex.

Rápidamente, Cristian se recordó que alguna vez había leído que cuando una persona descubría los huesos de un dinosaurio, tenía derecho a ponerle el nombre que quisiera. Así como cuando uno compra un perrito, y le pone el nombre que más le guste. Cristian siempre había pensado que nada le gustaría más en el mundo que descubrir un dinosaurio y ponerle su nombre. Por ello sabía que era necesario llamar a algún adulto y explicarle lo que había encontrado, para que vinieran los especialistas en dinosaurios y se lo llevaran a un museo, y le pusieran el nombre de Cristian. Pero había un pequeño problema. O mejor dicho, dos pequeños grandes problemas. Si decía que había encontrado un dinosaurio descubrirían que se había tratado de escapar, y además los demás niños del colegio se burlarían de por vida de él. Ya antes le decían dinosaurio. Y ahora que había descubierto los huesos de un tiranosaurio rex, tendrían más razones para llamarlo así. Aunque los dinosaurios eran sus animales favoritos, no le gustaba que le llamaran de esa forma, porque le parecía ofensivo y desagradable. Él no se sentía como un dinosaurio, y por eso no tenían derecho de llamarle así.

Cristian se quedó un rato pensando, hasta que por fin se decidió. Sabía que era más importante que ese dinosaurio estuviera en un museo, a que le regañaran por haberse intentado escapar o que se burlaran de él de por vida. Así que decidió decirle a un adulto lo que había encontrado. Buscó a la profesora de arte, que a Cristian le parecía la más dulce de todas y se lo dijo. La profesora quedó tan impresionada por la noticia, y luego al ver los huesos de dinosaurio, que ni siquiera le preocupó preguntarle a Cristian qué hacía cavando un hueco en la tierra mientras los demás niños estaban en clase. Así que le dio la noticia a los demás profesores, y pronto ya toda la escuela sabía lo que había pasado, y a Cristian todavía no lo habían castigado ni se escuchaban burlas sobre él en ningún lado.

A las dos horas llegaron los especialistas en dinosaurios del museo de ciencias naturales de la capital, y pasaron rápidamente al parque y vieron asombrados los huesos de un tiranosaurio. Entonces alzaron la vista y preguntaron: “¿Quién fue el niño que descubrió estos huesos?”. En ese momento, todos se apartaron y dejaron a la vista a Cristian, que se sentía muy apenado de ver que todos le miraban. “Fue Cristian” dijo una profesora mientras lo señalaba. “Pues le felicito” dice el especialista, “Estoy verdaderamente asombrado. En todos mis años desenterrando huesos de dinosaurio no había visto un trabajo tan bien hecho. Veo que tuviste mucho cuidado de no dañarlos y mantuviste los huesos protegidos del viento con esta chaqueta que le pusiste encima”. Efectivamente, Cristian, al notar que habían unos huesos allí, recordó todo lo que sabía sobre desenterrar huesos prehistóricos y lo puso en práctica para no dañarlos. Entonces, el especialista se le acerca y le dice “Mi nombre en Alexander. Mucho gusto. ¿Te gustaría ser parte del equipo y ayudarnos a desenterrar el resto de este dinosaurio?”. La pregunta le tomó a Cristian por sorpresa y pegó un grito tan grande como el que nunca había gritado, con una sonrisa que nadie nunca le había visto. Todos, sin embargo, entendieron que su respuesta era un sí.

La escuela estuvo cerrada por 5 días, mientras Alexander, Cristian y los demás especialistas desenterraban  los huesos. Todos los estudiantes que no podían entrar, trataban de mirar, desde la calle, por los huecos que tenía la pared principal. En esos 5 días, Cristian aprendió sobre el trabajo en equipo y compartir con amigos, porque se había divertido muchísimo con Alexander y los demás especialistas, que eran personas muy graciosas y muy amables. Le encantaba sentirse parte de un grupo de amigos por primera vez en su vida, y se preguntaba si se sentiría igual de bien con amigos de su edad en el colegio. Cristian también aprovechó esos 5 días para pensar mucho en aquello del nombre que le pondría al dinosaurio, hasta que, después de que habían terminado el trabajo, Alexander se le acerca y le pregunta “Entonces chico, ¿ya decidiste qué nombre le pondrás a este bello animal”. Y Cristian le contesta “Sí. Estoy completamente decidido. Le voy a poner Tiranosaurio Rex”. Alexander se sorprende mucho por ese nombre y le dice “Pero, ¿estás seguro? Podrías ponerle cualquier nombre en el mundo. Podrías ponerle tu nombre y así todas las personas sabrían que fuiste tú quien lo descubrió”. Y Cristian contesta “Estoy seguro. No pienso ponerle ningún nombre de persona, porque sé que si él estuviera vivo no le gustaría que le llamen como a un ser humano, de la misma manera que a mí no me gusta que me digan dinosaurio. Cada uno es lo que es y debemos respetarlo. Así que para respetarlo como se merece dejaré que su nombre sea solamente Tiranosaurio Rex. Alexander le contesta "Está bien, Cristian. Te entiendo perfectamente. Se llamará Tiranosaurio Rex. Aunque debo decirte que ese sobrenombre que te tienen en el colegio, de dinosaurio, me parece fabuloso. Ya me encantaría a mí que me llamen así". Cristian nunca había pensado, hasta ese momento, que quizás fuera un buen sobrenombre, si se lo dijeran con respeto. Tampoco había pensado que las burlas podían ser buenas, si se decían entre amigos, y sin intenciones de ofender a la otra persona, sino de compartir la risa un rato. Igualmente su decisión estaba tomada y ese dinosaurio se llamaría Tiranosaurio Rex.

Una semana después, el día de la inauguración del dinosaurio en el museo de ciencias naturales de la capital, toda la escuela de Cristian fue invitada a asistir. En la semana anterior, nadie se había burlado de Cristian, pues todos le tenían mucho respeto por lo que había hecho. Ahora la gente le decía el especialista en dinosaurios, sobrenombre que a Cristian le encantaba, porque no se lo decían para ofenderlo, sino para compartir juntos la risa, lo cual es algo agradable. Cristian, entonces, se levantaba todas las mañanas con muchas ganas de ir al colegio, y ya había empezado a tener más amigos. En los recreos siempre sacaba su revista para leer, porque seguía siendo una de sus cosas favoritas, pero guardaba un tiempo para hablar con los demás niños, y en especial con Ana Karina, que aunque seguía hablando muy pero muy rápido, Cristian ya podía entenderle mucho mejor cuando conversaban. Ese día, en el museo, después de que todos habían recorrido el lugar y habían visto las grandes maravillas de la naturaleza, Cristian se atrevió y le dio un beso en el cachete a Ana Karina, que quedó completamente sorprendida. Los demás chicos, que estaban viendo, empezaron a burlarse de ambos cantando “Ana Karina y Cristian son novios. Ana Karina y Cristian son novios”. Pero ya Cristian había aprendido la lección, y no le molestaba ni le causaba tristeza la burla, porque entendía que lo hacían porque todos eran amigos y querían divertirse un rato. Así que se quedó tranquilo hasta que a los chicos se les olvidó lo del beso, y siguió caminando junto a Ana Karina, y descubriendo todas las cosas grandiosas de ese museo, que ahora tenía un fabuloso tiranosaurio, que él había descubierto.

5 comentarios:

Neville Wintherskitt dijo...

eso estuvo diviniiiisimo... puedo identificarme con el niño hahaha.. yo asi era y eso me paso ami! hahahaha q bellla historia... estan en mi reader!! ;D

Víctor Mosqueda Allegri dijo...

¡Qué fino Neville! Me encanta que te haya gustado y además que estemos en tu reader. Eres la primera... al menos la primera de la que sabemos. Pronto se vendrán más retos. ¡Saludos!

Víctor Mosqueda Allegri dijo...

Por cierto que aquello de identificarse con Cristian lo entiendo perfectamente. Yo era un poco así, hasta que aprendí a burlarme también de mí mismo. Pero mientras no lo hacía, no era una sensación demasiado agradable.

Katherin cuellar dijo...

Muy Bonito cuento Víctor le di retwittear cuando lo publicaste y hasta hoy loo leí.
a mi no me paso eso pero se que si hay muchos Cristian.

Víctor Mosqueda Allegri dijo...

Gracias Katherin. Qué fino que lo hayas leido. Es una fortuna que no te haya pasado lo de Cristian. Porque lamentablemente es una realidad muy próxima para muchos niños. Lo bueno es que se pueden aprender herramientas que permiten manejarlo. Saludos.

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